La Casona

Caminar por 19 de Abril desde la Avenida Joaquín Suárez hasta su homónima Atilio Pelosi, es un viaje al placer que tiene como destino una casa llena de historias, recuerdos, junto a un campo de juego signado como uno de los más hermosos del Uruguay. Estamos hablando de la sede de nuestro River Pate, antiguo chalet de los tiempos de las amplias quintas que hace más de un siglo muchos denominaban esa zona como Prado Oriental, cerca del camino del Paso del Molino.

Describiendo el fabuloso viaje que mencionamos, tenemos a los costados los árboles flameando el camino y la imperceptible sensación de la comodidad al bajar el repecho desde la Casa Presidencial, siendo una de las tantas puertas que tiene esta zona del Prado en Montevideo. Este barrio tan admirado por sus vistas y paseos, es también “ampliado” por vecinos de zonas cercanas que quieren ser parte aunque estén a treinta cuadras…

Decir Prado es hablar del apellido Buschental, familia que a mediados del siglo XIX supo construir uno de los lugares fundacionales de esta zona: La Quinta del Buen Retiro, un predio de setenta hectáreas aproximadamente que abarca buena parte de este barrio, y que al fallecer este famoso banquero francés, don José de Buschental, pasó a valer 229.000 pesos fuertes. Contenía varios chalets, casas y hasta un molino, muchos de los que hoy siguen vigentes por suerte, donde se tejieron muchas y variadas historias alrededor de las andanzas del propietario. Por muchos años, él y doña María Pereira de Buschental – tal cual la llamaban en Uruguay, pues era hija de los barones de Sorocaba, rama de Pedro I de Brasil – disfrutaron de los paisajes que habían mandado construir con árboles y flores exóticas, peces excepcionales y animales peregrinos.

Con el tiempo se sumaron muchas otras extensiones de tierra, entre ellas las quintas de Morales y de Agustín de Castro, todas las cuales fueron expropiados por el gobierno en 1889 para dedicarlo a paseos públicos, como por ejemplo el Jardín Botánico (1902) y La Rosaleda (1912), ambos concebidos por el paisajista francés Carlos Racine, Director en aquel entonces del área de Paseos Públicos del Municipio.

SIEMPRE EL PRADO

El viejo River de la Aduana, nuestra esencia y origen, antes de su pausa temporal, también tenía su campo de juego en esta zona, el Parque Lugano, que supo ser uno de los mejores terrenos de juego de la ciudad, a seis cuadras aproximadamente de otra cancha desaparecida, la del Club Albion (también ubicada sobre la Avenida 19 de Abril), donde River supo conquistar muchos laureles en la era amateur. El Parque Lugano tenía ese nombre en honor a la ciudad donde había nacido el antiguo propietario de los terrenos, un comerciante proveniente de aquella ciudad de Suiza.

Aquel campo de juego se inauguró en el invierno de 1913, en base a un esfuerzo muy grande de la dirigencia de aquellos Darseneros que hacían todo a pulmón, manteniendo el espíritu amateur hasta las últimas consecuencias. Hoy en día, ese terreno se encuentra a los fondos de la actual estación de servicio ubicada en la intersección de las avenidas Suárez y Lucas Obes. Algunos años después, Olimpia inaugura su campo de juego en noviembre de 1928, llamado Olimpia Park, cuando había obtenido la concesión dos años antes. En la esquina del mismo terreno, estaba aquella casona que supo sobrevivir a la palestra de la modernidad, y que los grandes olimpistas de entonces tuvieron la visión necesaria de anexarla al terreno de juego que posteriormente sería nuestro Parque Federico Omar Saroldi.

Poco tiempo después, en 1930, nuestra sede fue la concentración de la Selección de Uruguay para el primer Campeonato del Mundo organizado por la FIFA. Treinta días antes ya recorrían las escaleras y pisos de madera nada menos que Lorenzo Fernandez (quien se formó y jugó en Capurro y supo vestir los colores de River Plate en una breve gira por Europa), José Nasazzi, José Leandro Andrade, Alvaro Gestido, Pedro Cea entre tantos otros. Los preparaba Alberto Supicci quien tuvo que desafectar a Andrés Mazzali (arquero dos veces Campeón Olímpico) de aquel plantel pocos días antes de comenzar el Mundial por una falta disciplinaria. La concentración no era sencilla, significaba estar alejado de la familia, el barrio y los amigos.

Se hacían juegos y distracciones para matar el tiempo, a las que Lorenzo Fernandez no quería perder de ningún modo; las bromas eran una constante, y en una oportunidad se pusieron de acuerdo para hacer enojar a don Lorenzo, perdiendo a propósito un partido del que el popular “Gallego” formaba parte. Con la furia a flor de piel se dirigió a su cuarto, para guardar su ropa y las demás cosas que tenía en el cuarto, cuando sus compañeros se pararon en la puerta a observarlo. Cinco minutos después, ante la atenta mirada de sus compañeros – que se habían parado en la puerta – ya había depuesto de su posición, entendiendo que sus amigos le habían hecho tan sólo una broma.

Los cuartos donde estaban aquellos dieciocho jugadores, donde hoy tenemos el placer de tener nuestra sede social, eran testigos de ruedas de mate, conversaciones sobre los partidos y cuestiones futbolísticas con la voz cantante de Don José, verdadero estratagema del equipo como era antiguamente el fútbol: la figura del capitán estaba por encima del resto. Y no nos olvidemos de un pequeño detalle: José Nasazzi, en su niñez, era hincha del viejo River Plate.

El primer partido fue nada menos que el 18 de Julio de 1930, el día que se inauguró – con el cemento todavía fresco – el Estadio Centenario, a cien años del acto de la Jura de la Constitución en nuestro país. Una muy dificultosa victoria por la mínima diferencia ante Perú dejó preocupado a todos. Pocos días después, las victorias ante Rumania y Yugoslavia depositaban a Uruguay en la final ante Argentina. En los días previos, donde reina el nerviosismo, una voz se hizo presente en la Casona del Prado para beneplácito de todos: Carlos Gardel se hizo presente con su alegría para cantarle a los jugadores uruguayos. Todavía está ese rincón en nuestra casa, con aquella ventana, mudo testigo de un gran recuerdo como se puede observar en la imagen.

Con el comienzo del fútbol profesional, y la reunificación de River Plate en el profesionalismo, el hermoso chalet del Prado también pasó a formar parte de nuestro club, como hasta el día de hoy. Si bien River Plate tuvo varias sedes en la Aduana, su origen, la Casona siempre formó parte del acervo del club. En esta nueva era que se instauró en 1932, luego de la fusión de Capurro y Olimpia, River Plate tuvo su sede en la calle Misiones, posteriormente en una vieja casa ubicada sobre 25 de Mayo, que los vaivenes de la economía no pudieron sostener para pasar en el segundo lustro de la década del ’50 a nuestra casa en el Prado.

En 1980, cuando se conmemoraron los cincuenta años de la obtención del primer título mundial por parte de Uruguay, hubo una serie de actos organizados por la Comisión de Conmemoraciones dependiente de la Copa de Oro que comenzó a fin de ese año y culminó en los primeros días del siguiente, donde Uruguay se coronó campeón. Entre aquellos reconocimientos a la gesta “celeste”, uno se llevó a cabo donde la delegación uruguaya se preparó para la obtención de este torneo: nuestra sede, como lo relatamos anteriormente.

“…Allí se rindió justo y emotivo homenaje a la planta física que albergó al plantel de jugadores que tan brillantemente conquistaron para Uruguay el primer título mundial. Una brillante pieza oratoria del Dr. Barbagelata y la ejecución del Himno Nacional completaron una ceremonia que reunió un crecido número de personas, entre las cuales se destacaron caracterizadas figuras del deporte todo. River Plate se siente orgulloso de disponer de tan preciado edificio que constituye un monumento a la mejor historia del deporte uruguayo”. Cita textual de la página 126 del “Libro del Oro” del Club Atlético River Plate.

Hoy en día, la vieja Casona no solo cumple la función de sede social y administrativa, también fue por varios períodos, lugar de concentración de nuestros jugadores hasta entrada la década del ’90, cuando las habitaciones eran compartidas por nuestros jugadores con las famosas camas de dos pisos. Esta casa que data sus cimientos de la época dorada en que las quintas eran lugares de recreación y vivienda, retiene entre sus paredes el aroma y los sonidos de aquellos tesoros guardados por los escalones de las escaleras de madera, techos a dos aguas y balcones enmarcados por altos ventanales; esta hermosa casa del fútbol, continua escoltada en su puerta principal por los frondosos árboles de la avenida 19 de Abril, que ven flamear el escudo y la bandera de nuestro viejo y querido River Plate.

 

Información: Pablo Aguirre Varrailhon